CONTRAPORTADA: De calor, fumigaciones y demás sustos

Fotos: Carlos Puga

Laura López, Nicaragua

“Virgen de Guadalupe, suplicamos te dignes interceder por las víctimas del vicio de la embriaguez y de las drogas y que abandonen el vicio”. Lo tengo enfrente: porque escribo gracias a la luz que proporciona una vela a la Virgen de Guadalupe. Estamos en Nicaragua. En un rinconcito del país llamado Potosí. Y estamos sin luz.

Pero para llegar a esta situación hemos de remontarnos a la mañana, cuando en La Unión nos subimos en lancha para cruzar por mar la frontera. Es domingo y por el camino hasta el puerto vemos mucha gente esperando a la entrada de una cárcel local para visitar a sus familiares presos. Y parece que el diario hoy va de religión. Desde Radio Evangélica emiten mensajes como éste: “el vino es estremecedor, la sidra alborotadora”. Como asturiana, ¡no lo tolero!

En migración del puerto nos atiende una abuelita encantadora viuda de Mauricio (tal y como explica su placa identificativa) que no ve y es Estrella quien pone en el cuño la fecha de hoy para darnos la salida.

Llegamos a Nicaragua y parecemos emigrantes en una playa desierta sin rastro de vida y bajo un sol infernal. Tras unas palmeras, el caseto de migración donde nos piden 38 dólares para entrar al país. Y avanzamos hasta Potosí.


Potosí se encuentra en la reserva natural del volcán Cosigüina. No tiene alumbrado público (aunque Unión Fenosa se lo cobra igual), no tienen tampoco calles asfaltadas ni cuadras para los animales. Los cerdos corren ceibes por el pueblo y saber llegar a casa. Vemos uno comiendo en el cementerio. ¡Parecen porcos celtas!

En Potosí también se encuentra el Hotel Brisas del Golfo de doña Rosita. Es nuestra cocinera y la adoramos. Cocina muy bien. Como se ha ido la luz (por una tormenta) dormimos fuera de las habitaciones en un porche enorme. Nos ponen hamacas y dormimos junto a Rosita y su marido, sus nietos y dos mujeres más que no conocemos. Y compartimos bostezos, ladridos y el autobús a las dos de la mañana que pasa pitando… Carlos es el que mejor ha dormido pero se explica: le han puesto una hamaca edición deluxe y caben varias familias dentro de ella.

Por la mañana recorremos la costa del golfo que pertenece a Nicaragua. Misma problemática que en El Salvador, los pescadores recogen sus redes vacías. Y vemos también peces muertos, hinchados, flotando en el agua turbia. Dicen que es por los agro-químicos de las “industrias maniseras”.

Por la tarde, la locura. Trabajamos un montón entrevistando a pescadores, mujeres que limpian el pescado, a guardia-parques, líderes de las comunidades… Nos refrescan con bebida fría que tenemos que beber a través de una bolsa de plástico a la que se le hace un agujerito. Parecemos niños. Niños como los que vemos bañarse en la playa, entre barcas, vestidos. Con camisetas, faldas o pantalones. Felices.


Como nosotros, que nos acabamos de enterar que ya vino la luz. Y con la luz, la tele. Y con la tele, Zelaya. Y se acaban las risas porque tal vez se suspenda la reunión que tienen prevista en Honduras los miembros de las cooperativas del Golfo para tratar sus problemas. Y tal vez nosotros no podamos pasar tampoco.

Nos volvemos al hotel, prestamos atención a las noticias, me voy a duchar y… y me fumigan. Dicen que contra el dengue. De repente, abro los ojos en la ducha y un humo blanco se dirige hacia mí con su olor asqueroso. Buff, por el momento lo peor del viaje. Pies para qué os quiero en toalla de ducha.

Pasado el susto, las conversaciones pasan de Zelaya al calor y viceversa. La falta de lluvia ha provocado temperaturas más altas. Nos cuentan que a este estado de bochorno brutal le llaman acá el “culo del diablo”. Pues aquí estamos.