sábado, 19 de septiembre de 2009

Sal de fuego y sol


Fotos: Carlos Puga

Estrella López/Eva Alonso, El Salvador

En el Golfo de Fonseca además de pescadores también hay salineros.

Unos producen la sal utilizando el calor del sol y otros calientan el agua en hornos de piedra con lodo.

Nos cuentan que ambas actividades se realizan a partir del mes de noviembre, "cuando llega el verano" pero la recogida de la sal no será una realidad hasta Navidad.

Sin embargo, la calidad entre una sal y otra es muy diferente. José Francisco Sánchez es dueño de una de las salineras de horno. "Primero tenemos que preparar los platos de donde recogeremos luego el agua mediante bombas", explica este hombre de piel oscura quemada por la propia sal. "Una vez que el agua está en la paila (recipiente donde se calienta) se enciende el fuego del horno, eso sí nunca utilizando madera de mangle sino troncos de bosque dulce que no están en peligro de extinción".

Una vez hervida el agua se retira la espuma. "Esta sal es la mejor porque todos los microbios han muerto en el proceso. La otra, la que se produce utilizando la luz solar guarda todos los residuos que se encuentran en la propia agua del Golfo", añade Pedro Humanzor, empleado de la salinera de José Francisco Sánchez.

Por su calidad, es, evidentemente una sal más cara. "Estamos vendiendo el quintal (unos 50 kilos) a diez dólares mientras la sal del sol cuesta tres dólares la misma cantidad". Sin embargo, esta forma de trabajo pasa factura: enfermedades del riñón (que ellos llama "el mal de orín"), problemas de espalda y especialmente desagradable el hecho de no poder ducharse durante quince días debido a los efectos que las altas temperaturas y la propia sal causan en su piel.

Y nos queda hablar de las salinas solares.

Situadas en el corazón de los manglares están conformadas por grandes mares de plástico negro sobre los que se vierte el agua para su evaporación. "Si está despejado, en dos días ya obtendríamos la sal dispuesta ya para su comercialización", explicó Ismael Torres, hijo de uno de los propietarios de la zona.

Estas salinas se denominan "obradores" y son concesiones otorgadas por el Gobierno salvadoreño a unos pocos. "Por contrapartida, los trabajadores que se encuentran al pie del cañón día y noche no tienen un contrato en regla y son temporales", añadió Torres quien dejó bien claro que esas concesiones pueden ser retiradas en caso de incumplir la legalidad. "Nos referimos por ejemplo, a utilizar madera de mangle".

Una de las cuestiones que más preocupa a las propias comunidades en relación al medio ambiente es que los plásticos utilizados en estas salineras son abandonados una vez que se rompen. Llenan las orillas de los manglares y no son biodegradables.

¿Y qué ocurre con la sal que se produce en el Golfo de Fonseca? La que se produce con horno es comprada directamente por los distribuidores. "Serán ellos los que le incluyan el yodo". Mientras, la solar es empaquetada en un almacén construido por CODECA en la comunidad de Los Jiotes.

Mujeres y niños son los encargados de embolsar esta sal y de añadirle el yodo con un colador, trabajando de seis de la mañana a cinco de la tarde y ganando un sueldo de siete dólares diarios.

Ahora es invierno. No se recoge la sal, pero estas personas continúan empaquetando pues las montañas de sal acumuladas garantizan el trabajo para tres años.

1 comentario:

  1. Interesante crónica sobre el proceso de producción de sal, de forma artesanal... No cabe duda que las repercusiones para la salud de los trabajadores son elevadas. Aquí se echa en falta una política de prevención laboral. ¡Que distancias hasta en estos aspectos! Gracias por acercarnos a una realidad de supervivientes. David

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