miércoles, 23 de septiembre de 2009

Un paraje natural llamado Conchagua


Fotos: Carlos Puga

Estrella López/Eva Alonso, El Salvador


En 1868 la tierra tembló en La Unión. El volcán Conchagua había entrado en erupción destruyendo las poblaciones del entorno.

Hoy en día, el volcán es un inmenso vergel cuidado y protegido por las comunidades de Conchagua apoyados por la cooperación internacional y la ONG CODECA. Un ejemplo de implicación en esta área protegida es Amigos da Terra que ha colaborado enormemente en el desarrollo de proyectos de reforestación y ecoturismo.

El complejo Conchagua se encuentra en una de las laderas del volcán, a unos mil metros de altura, contemplando miradores que permiten disfrutar de la belleza del Golfo de Fonseca. Todos ellos se encuentran ubicados sobre las copas de los árboles con el objetivo de poder divisar unas impresionantes vistas del sistema insular de esta costa oriental de El Salvador.

Siete personas, todos ellos guardarecursos, velan por el cuidado de este entorno. Cuatro han sido contratados por CODECA y otros tres por el Ministerio de Medio Ambiente. Su objetivo, que los cazadores furtivos no maten el venado ni los armadillos que pueblan esta montaña. También que no se talen los árboles ni el cafetal.

Y es que desde hace diez años las plantaciones de cafetales se han convertido en uno de los principales recursos de las poblaciones del entorno de Conchagua. Son cultivos orgánicos sobre los que no se han aplicados abonos ni fertilizantes de ningún tipo.

Pero además, el complejo Conchagua es también un reclamo turístico por explotar. Actualmente cuenta con cinco cabañas y una zona de acampada. Las viviendas, poco integradas en el entorno, todavía tienen que mejorar y para ello la comunidad espera contar con alguna ayuda procedente de la cooperación.

Poco a poco van trabajando para conseguir que estas casitas se conviertan en viviendas sostenibles. Y para ello cuentan con paneles solares que no sólo calientan el agua sino que también generan la electricidad que necesita el complejo.

Sólo una advertencia: llegar hasta Conchagua es toda una odisea. Un camino empedrado, angosto y empinado convierte la trasevía en un viaje tortuoso. Eso sí, todo se olvida una vez que contemplas desde el mirador la belleza del amanecer en el Golfo de Fonseca.

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